Al escribir “Pedro X Molina” (Estelí, 1976) en Google e ir a “imágenes” aparecen cientos de sus caricaturas, pero solo unas cuantas fotografías suyas, la mayoría recientes y de eventos públicos. El hombre con más de 36 mil seguidores en Twitter y tercer nicaragüense en ganar el premio María Moors Cabot (el más antiguo reconocimiento internacional en el Periodismo) es un roquero que pudo ser religioso y que no dice ni una sola palabra sobre su familia. Ni una. Así que, con solo su obra por delante y su gran don para la conversación, en él se hacen reales las palabras bíblicas de Mateo y Lucas: “Por sus frutos los conoceréis”.
“Me interesaba la vida religiosa”
Molina se ríe ruidosamente y con mucha frecuencia. Bromea. Cuenta anécdotas sobre conciertos de rock. Gesticula. Utiliza insultos nicaragüenses. Menciona varias veces las convenciones o encuentros de caricaturistas a los que ha asistido. Confiesa que no baila, que no entiende el ballet. Y es crítico. Muy crítico. Con su país, con los políticos de su país y hasta con su propio arte, tan reconocido por darle “duro y al centro” a los políticos de su país.
Sin embargo, todo comenzó en un lugar inesperado: En el Colegio San Francisco de los Hermanos Maristas en Estelí, norte de Nicaragua, donde estudió Pedro Xavier.
“Recuerdo con mucho respeto y cariño a religiosos que llegaban a hablarte de un tema de religión, pero no querían que vos simplemente repitieras, querían cuestionarte, saber cuál era tu opinión, entonces desde ese momento yo aprendí que no hay nada que no podás cuestionar. Las bases del sentido crítico, que son algunas de las bases de mi ser como persona, fueron puestas ahí”, recuerda.
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Si hubiera usado sotanas
Todo deriva en la pregunta de si nunca pensó hacerse sacerdote, a lo que responde con un sonoro “hijuepúchica” antes de responder.
“En mi adolescencia muy brevemente llevé acompañamiento, que se le dice. A mí no me interesaba hacerme cura, pero sí la vida religiosa como hermano o como misionero, pero muy pronto me di cuenta que lo mío iba por otro lado y ahí pesó mucho mi vocación o mi interés por el arte y por el dibujo y al final eso fue lo que terminó prevaleciendo”.
“No sé qué hubiera sido de mí, igual ya me hubieran expulsado o me hubieran mandado a una parroquia allá lejitos donde no diera mucho problema”, concluye entre carcajadas.
Contratado gracias a su obra rechazada
A pesar de haber dibujado “toda la vida”, según sus propias palabras, fue a los 17 años cuando hizo su primera caricatura política. El protagonista era el mismo de muchas de las que hace actualmente: Daniel Ortega. “Recuerdo que se la fui a enseñar a los vecinos a ver si podían identificar quién era y cuando me dijeron que era él fue una epifanía y pensé que eso podía hacerlo yo”.
Después, cuando era estudiante de Diseño Gráfico en Managua, empezó a llevar colaboraciones al extinto diario La Tribuna. No es difícil imaginar al muchacho desgarbado y pelo largo yendo a dejar sus caricaturas hechas a mano, muchas veces el original de su trabajo, a la recepción del periódico.
Alguien se las recibía y luego solo quedaba revisar la sección de Opinión del día siguiente a ver si estaba publicada. Sin pago, sin compromisos, sin nada. “La primera publicada fue de otro desgraciado: Arnoldo Alemán”, rememora. Y así como había ocasiones en que sí publicaba, en otras sus caricaturas eran devueltas con un enorme NO escrito sobre ellas o simplemente jamás se las devolvían. Al igual que él, otros dos dibujantes con más experiencia también presentaban sus obras.
Por un tiempo fue así hasta que llegó a La Tribuna un grupo de periodistas españoles para rediseñar y repensar el diario. Un día el líder de ellos llamó a Pedro y le dijo que necesitaba platicar con él.
“Una cosa que siempre se me quedó es que cuando entré el tipo estaba fumando, echaba la ceniza del cigarro en el café y se lo seguía bebiendo. Me explicó que habían decidido que yo fuera el caricaturista de planta, me quedé en shock porque era un chavalo y más cuando me dijo que me contrataba no por las caricaturas que había visto publicadas en el diario, sino por las que había sacado del cesto de la basura de la oficina, las rechazadas”. Era 1995, Pedro tenía 19 años. Se quedaría en La Tribuna hasta el año 2000.

El Alacrán y su misión de rescate
En el 2000 la firma de PX Molina se mudó a El Nuevo Diario y entre 2002 y 2012 publicó cada domingo su proyecto más reconocido: El suplemento El Alacrán.
“Yo crecí leyendo La semana cómica en los 80, ahí fue donde conocí el trabajo de Róger Sánchez, que era el director en ese momento, pero también el trabajo de Fontanarrosa de Argentina con Boogie, gente como Quino con Mafalda, de Carlos Giménez con Paracuellos y cuando hice El Alacrán lo que quería era rescatar mucho de aquella cosa que para mí había sido fascinante, pero que había una generación que jamás la conoció, de los 90 para acá”, explica.
Pero El Alacrán no era solo política o crítica social, también tenía espacio para las memorias y vivencias de su creador. Al mencionarle una caricatura del suplemento que recreaba La Última Cena con Jesús hablando en la jerga nacional conocida como escaliche, Pedro se ríe y viaja mentalmente a su barrio: el Juana Elena Mendoza de Estelí. “Era un chiste que repetía un amigo mío que tenía una gracia tremenda para contar chistes y a mí me encantaba su retahíla en escaliche, eso era de muchísimos años atrás, pero a mí me seguía haciendo gracia y decidí ponerlo para que no se perdiera”.
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El “Perro Viejo” que tocaba en el coro de la iglesia
Mientras en Managua El Alacrán picaba con su ponzoña humorística, en Estelí, gracias a la independencia de quien trabaja a distancia y al dinero que ganaba y con el cual podía comprar instrumentos, Pedro cultivaba su pasión por la música en dos lugares quizás opuestos entre sí: Una banda de rock y un coro católico.
“Nos juntábamos un par de veces a la semana un grupo de amigos. Uno tocaba la batería, otro el bajo, otro tocaba una guitarra muchísimo mejor que yo y yo tocaba guitarra y gritaba porque cantar, nada. La banda se llamaba Perro Viejo. Lo que pasa es que entre mis amigos de toda la vida siempre han dicho que yo soy muy perro por lo criticón, por invivible, por estar apuntando las cosas y cuando hubo que ponerle nombre a la banda, salió facilito”, cuenta entre risas.
Por otra parte, y con otro amigo, Pedro fundó un coro católico donde tocó por muchos años hasta que algunas de sus caricaturas incomodaron al obispo de Estelí, Juan Abelardo Mata.
“El obispo, utilizando las palabras que se me dijeron en ese momento, me expulsaba de la estructura eclesial de la Iglesia. Yo no podía tocar en el coro, leer lecturas, dar catequesis porque era una mala influencia. Lo que pasó es que había comenzado a hacer caricaturas muy fuertes del Cardenal Obando (Miguel Obando y Bravo, arzobispo de Managua ya fallecido). Antes casi no se hacían, mucho menos donde lo estuvieran criticando fuertemente, pero yo comencé a hacerlo porque él comenzó a alinearse más y más a (Daniel) Ortega y (Rosario) Murillo y el obispo de Estelí no lo miraba así y por castigarme me impuso eso. Hoy día yo no creo que ese obispo en cuestión dude en lo más mínimo de que en su momento yo tenía la razón, porque hoy nadie cuestiona el triste papel con el que Obando cerró su vida”, puntualiza.
Sin embargo, para él lo más fuerte de lo sucedido fue que el sacerdote que le comunicó la decisión le dijo que “si contaba algo me podía ir peor y mejor no me hubiera dicho eso porque al siguiente día lo publicamos en El Nuevo Diario”.
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“No tengo apego por mis caricaturas”
Respecto a su profesión, Molina en las dos horas de conversación repite varias veces una palabra: Contexto. “En un momento sos el héroe de una gente y el enemigo de otra y luego cuando las cosas cambian y unos suben al poder y otros bajan, cambian las percepciones, aunque uno siga haciendo el mismo trabajo”.
Es así que en años anteriores fue invitado a almorzar por candidatos presidenciales, trataron de reclutarlo de un partido político para que “apoyara” la estrategia de una campaña electoral y, además, en los primeros años de gobierno, fue contactado a su teléfono privado por un funcionario del régimen orteguista para ser caricaturista “de un suplemento de humor para volarle a la derecha”, con una oferta salarial que era más del doble de lo que percibía en su momento en El Nuevo Diario. En todas las ocasiones se negó.
En este particular también incluye la polémica en la que se le señalaba de “odiar a los jóvenes” por sus duras críticas a “la indolencia, la falta de compromiso y de interés” de la juventud nicaragüense en temas políticos y sociales, algo que cambió radicalmente a raíz del levantamiento ciudadano iniciado en abril de 2018 y en que los jóvenes tomaron un papel protagonista y que desde entonces él ha destacado.
No obstante, sí se confiesa arrepentido de “un montón” de caricaturas, “pero no por las razones que la gente asumiría, me arrepiento si la miro después de un rato y veo que era una basura de dibujo, me da pena o miro que el chiste hubiese funcionado muchísimo mejor si le hubiese cambiado una palabra, me da rabia porque ya no hay nada que pueda hacer. Sobre lo que he dicho, muy muy poco, por lo mismo, el contexto, en el momento que hice esa caricatura, por las razones que la hice, esa era”.
Siguiendo esta línea, hubo otra serie de dibujos que corrieron con peor suerte: Los de los años en que empezó a publicar en medios impresos terminaron quemados por su propia mano. “No tengo apego por mis caricaturas”, señala. Como signo del cambio de los tiempos, ahora ya no podría hacer algo así pues dibuja en un iPad y, desde 2013, es el caricaturista del diario Confidencial y sus obras están en línea. Justamente gracias a Confidencial y “casi obligado” empezó a usar su cuenta de Twitter donde ahora es muy activo.

Un hombre de familia y de silencio
Cuando habla sobre los jóvenes es inevitable preguntarle si tiene hijos y entonces el Molina que declara no ser “un animal social” hace su primera aparición. “Algo que siempre suelo decir en las entrevistas es que de mi vida privada no hablo porque mi familia ya bastante tiene lidiando conmigo para que encima tenga que lidiar con el ejército de troles y pendejos y todo eso”.
Pedro Xavier cumple 44 años en septiembre, pero no se le nota mucho. Sigue usando su característico pelo largo y negro con el que se ha dibujado a sí mismo algunas veces, lleva lentes con marco negro, ya no usa el bigote y la barba con los que aparece en Youtube en una entrevista de 2002 y esta noche usa una camiseta negra lisa y encima una camisa azulón con los botones sin abrochar como buena muestra de que los roqueros nunca mueren. Está en su estudio, pero en las paredes de la pequeña habitación pintada en crema, no hay absolutamente nada.
“No soy de colgar cuadros, en mi oficina en Nicaragua tenía varios enmarcados, pero colgados solamente tenía dos: Un dibujo de El Guasón que me regaló y me firmó Jerry Robinson el creador de El Guasón y uno de Monseñor Romero”.
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“La medalla del María Moors Cabot está guardada con mi ropa”
Haciendo memoria, Pedro comenta que el primer premio que ganó fue con una caricatura de la expresidenta Violeta Barrios de Chamorro, pero durante muchos años no se atrevía a participar en concursos sobre todo internacionales “quizás por miedo, por síndrome del impostor, por no sentirme suficiente”, pues para empezar ni siquiera tenía hecho un portafolio con su trabajo.
Esta decisión cambió en una visita a su amigo y colega cubano Ángel Boligán, “uno de los más talentosos y más premiados caricaturistas del mundo”. Pedro cuenta que al entrar a la oficina y verla tapizada por toda clase de diplomas, medallas y reconocimientos, le comentó que él no participaba en premios y Boligán lo motivó a hacerlo diciéndole que aparte de que su trabajo tenía calidad “el tener un par de premios en tu currículum te puede conseguir que luego te publiquen en otro lado”. Con eso bastó.
Actualmente Molina ha sido galardonado en lugares como Estados Unidos, Canadá, Brasil, Croacia, Portugal, Turquía y Nigeria. Al consultarle por el destino de los diplomas y reconocimientos se ríe y menciona la medalla del prestigioso premio de Periodismo María Moors Cabot que le otorgó la Universidad de Columbia, Estados Unidos en 2019 y que anteriormente a nivel nacional solo habían ganado Pedro Joaquín Chamorro Cardenal (1977) y su hijo Carlos Fernando Chamorro (2010): “Está guardada con mi ropa”.
Siendo la de la ceremonia de ese premio, una de sus fotografías más conocidas, Molina bromea con el tema: “Las circunstancias me han hecho enseñar la jeta más de lo que quisiera”.
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Una caricatura lista para la caída del régimen
Pedro habla, escribe y dibuja sobre Nicaragua desde el exilio. Su segundo exilio. El primero lo vivió cuando apenas tenía diez años y el segundo en diciembre de 2018. Lo peor es que el causante fue el mismo: Daniel Ortega. “Por eso me enoja tanto cuando en redes sociales alguien se atreve a poner en duda de qué lado estoy”, dice molesto.
“Tengo la idea de una caricatura que es la que quiero publicar cuando caiga la dictadura, la concebí en 2018, en un momento de absoluta fe. Me llevó una o dos horas pensar cómo lo diría, si sería algo jocoso o solemne y en mi cabeza busqué una imagen, la plasmé y está ahí porque tiene que pasar”, expresa.

Son casi las diez de la noche en su ubicación y Molina luce fresco. Comenta haber cenado antes de la entrevista y que, aunque ya hizo la caricatura del día siguiente, todavía tiene muchas cosas por hacer, pero que no hay problema porque es “nocturno” así que todavía se le puede preguntar una cosa más: ¿Qué dibujarías si hoy fuera el último día de tu vida? “No sé… Y eso es lo que me apasiona de este trabajo”.