En diferentes momentos de las dos horas que duró esta plática, Tifani María Roberts Mulligan (Granada, 1965) se calificó a sí misma como una persona atrevida, preguntona, perseverante y “valiente, pero no tonta”. Sin embargo hay un par de características suyas que saltan a la vista: es transparente y también apasionada.
Desde el saludo, Tifani confiesa que está “haciendo Periodismo desde la cocina” de su casa, que en sus entrevistas es raro que prepare cuestionarios porque “las entrevistas no son preguntas y respuestas, son conversaciones”. A continuación bromea con su edad y de ahí en adelante no hay hielo que romper.
A su espalda, en lo alto de un limpio estante blanco, brillan cuatro premios Emmy, uno de los galardones televisivos más importantes de Estados Unidos, refulgiendo entre sus primeras conquistas acuáticas. “Nadé por un montón de años, íbamos a competencias centroamericanas, tengo medallas, trofeos, era flaquita, pero arrecha”, recuerda.
A continuación se ríe y da detalles, nombres, lugares, tal como si su mente armara una nota periodística de sus propios recuerdos.

De la Ingeniería al Periodismo
Esta periodista hija de un estadounidense y una nicaragüense es la tercera de cuatro hijos. Es inseparable de sus hermanos mayores Samuel y Tim: “somos un trío, no hay diferencias entre nosotros”. También siente un cariño muy especial por su hermana menor Dominique.
Los años en el Colegio Teresiano fueron de aventura y aprendizaje. Tifani jugaba voleyball, kickball, aprendió a tocar la guitarra para tocar en misa y siempre participaba en las actividades culturales, “pero me aburría el colegio, me escapaba, le di guerra a las monjas, me iba con mis amigas a Xiloá, sin embargo Dios me bendijo y heredé de mi papá la capacidad numeral, pienso muy analíticamente y era buena en Física, participé en las Olimpiadas Matemáticas, era buena en Química y a partir de tercer año empecé a ser mejor alumna”, rememora sonriendo.
Periodista por destino
Ese interés por los números la motivó a estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), pero cuando cursaba segundo año, su mamá, que trabajaba en el área de relaciones públicas del ejército, le pidió que la ayudara a tomar fotos en una actividad de conmemoración de la Batalla de San Jacinto en la Hacienda del mismo nombre y ahí “la descubrió” un grupo de camarógrafos de diversos países de Latinoamérica que le pidieron que fuera su traductora, pues ellos no hablaban inglés y sus jefes en Nueva York y Londres no hablaban español.
“Así me fui enamorando de lo que estaba haciendo, lo empecé a ver súper emocionante, empecé a abrir los ojos y me di cuenta que había otro periodismo, no solo el que yo conocía, el de periódico, sino que había uno de producción, de televisión, del que yo estaba aprendiendo empíricamente con personas con muchísima experiencia”, explica.

Diez años aquí, diez años allá
La Tifani que había empezado a trabajar como estudiante en 1985 era muy diferente a la jefa de oficina que partió de Nicaragua en 1989, justo cuando la guerra en Nicaragua terminaba y el grupo de camarógrafos se desperdigaba por otros países convulsionados de América Latina.
Ahora era madre soltera de Ana, nacida en 1986 y siempre con la idea de obtener un título universitario, un día tomó sus ahorros, a su niña y partió a Filadelfia, donde vivían su papá y su hermana Dominique.
Entonces llegó la hora de buscar una universidad para formalizarse en el Periodismo que ya practicaba y la elegida fue la Universidad de Temple.
Hizo sus exámenes de admisión, pidió una cita con el decano “como si fuera una cita médica”; logró ser aceptada, que le convalidaran algunas clases y por los siguientes dos años, se concentró en estudiar.
Durante el primer año vivió con su papá, quien le ayudaba a cuidar a Ana, pero al año siguiente se mudó con ella a un apartamento independiente. Siguió estudiando y viviendo de los ahorros de sus años de trabajo en Nicaragua y finalmente logró graduarse con el promedio más alto y dar el discurso de su promoción ante más de dos mil graduados.
El orgullo de Temple University
“Yo estaba súper orgullosa, hasta entonces había sido mi mayor logro y sabía que era el mejor ejemplo que le podía dar a Ana”, dice muy sonriente, mientras enseña la taza de Temple University que tiene en su mesa.
A continuación, cuenta entre risas, que recientemente volvió a su casa de estudios para ser incluida en el Salón de la Fama de Temple e inmediatamente muestra una foto del evento.
A partir de ese momento, y después de tocar las puertas de quienes habían sido sus compañeros de trabajo en Managua, inició su carrera en Estados Unidos, primero en CBS, una cadena de noticias estadounidense, y luego en Telemundo.
Estando en esta compañía que sí cubría América Latina, toma la decisión de regresar a su país, formando equipo con su esposo, que era camarógrafo.
De Managua a Univisión
El plan inicial era quedarse por dos años, sin embargo permanecieron diez en el país.
En Managua nació su hijo Léster en 1998. Dos bonitas fotos de Ana y Léster se aprecian justo detrás de Tifani en la videollamada y su “chele”, como ella lo llama, tuvo un cameo en la entrevista cuando ella lo invitó a que se acercara a saludar.
Sin embargo, cuando en el 2006 le ofrecen trabajo a su esposo en Estados Unidos, hubo que hacer maletas otra vez y volver al norte. Allá volvió a tocar puertas, esta vez las de Univisión y desde 2007 es parte del equipo del reconocido programa de investigación Aquí y Ahora de esa cadena.
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“La rabia me impulsaba a seguir trabajando”
Ha sido justamente en Aquí y Ahora donde el equipo periodístico al que Tifani pertenece ha ganado los cuatro Emmy y también “uno más importante que ese”, como ella misma menciona: el premio Peabody, entregado desde 1941 por la Escuela Henry W. Grady de Periodismo y Comunicación de Masas de la Universidad de Georgia (UGA), el más antiguo y prestigioso reconocimiento que puede obtener una emisión periodística en los Estados Unidos.
Estos premios los ganaron por la investigación “El Chapo, el eterno fugitivo”, la transmisión especial de la recaptura de El Chapo, el caso de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, México y el cuarto por una masacre de la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) del gobierno de Estados Unidos en el Patuca, zona miskita de Honduras. Este reportaje se llamó “Muerte Río Arriba” y para ella es su Emmy preferido pues fue un trabajo propio realizado en conjunto con el camarógrafo Juan Carlos Guzmán y el editor Héctor Gómez. El Peabody lo logró en 2012 por la investigación “Rápido y furioso”, una importante operación sobre tráfico de armas.
Pero fue en 2018 cuando la vida dio un vuelco. En abril de ese año, con el inicio de las protestas contra las reformas a la Seguridad Social y la masacre desatada por el gobierno de Nicaragua para frenarlas, Tifani volvió a su país a cubrir los hechos y lo que encontró le heló la sangre.
“Lo peor para mí fueron las muertes. Fue horrible. Pero también me costó mucho asimilar el rol de la policía y el ejército. El ejército más de brazos caídos, me frustraba pensar por qué no hacían nada y me daba rabia ver el rol de la policía, básicamente escoltando a los paramilitares. Me daba una rabia descontrolada, esa rabia que te da la impotencia cuando no podés hacer absolutamente nada porque las personas que están en el poder están abusando y tienen toda la capacidad de aniquilarte y seguir caminando. Esa rabia era el motor que me impulsaba a seguir trabajando”, manifiesta.

Blanco de amenazas y ofensas
Desde entonces Tifani Roberts ha sido acosada, perseguida, señalada y amenazada de manera física y también digital. En un momento de la entrevista entra a su perfil de Twitter (más de 76 mil seguidores) desde su celular para revisar sus usuarios bloqueados, al no encontrar el dato los calcula en cientos.
“Si me ofendés y me amenazás, yo te bloqueo”. Luego comenta que tiene capturas de pantalla de todas las amenazas recibidas por esa red social y también vía Facebook. Son 200 imágenes.
“Entre más me amenazaban y más me intimidaban, más valor yo agarraba”, expresa muy firme.
Reporteando los sucesos en su país, el día que Tifani se sintió realmente en peligro fue en Masaya, la llamada “Capital de la resistencia nicaragüense” y una de las ciudades más atacadas por las fuerzas gubernamentales en las protestas de 2018.
“A las cucarachas se les tiene que poner el foco”
“En Masaya estuvimos bajo las balas el día del repliegue, me soplaron en el oído, habían hoyos de balas donde estábamos”.
También recuerda otra ocasión en que el vehículo en el que se transportaba iba siendo perseguido por un motorizado. Su reacción fue pedirle al conductor que se detuviera, bajarse y tomarle fotos al sujeto.
“A las cucarachas se les tiene que poner el foco, eso las paraliza, eso es lo que hay que hacer con estas cucarachas”, comenta molesta. Acto seguido su camarógrafo también salió del carro para grabar al agresor. “Yo no les tengo miedo, es importante que lo sepan”.
“La prioridad periodística en Nicaragua es subsistir”
Tifani es periodista las 24 horas del día, los siete días de la semana y los 365 días del año. Es la “consejera tecnológica” de sus amigas y dice que no necesita desconectarse, le gusta tomar vino y salir a caminar para hacer ejercicio y despejar la mente y quiere que “su retiro” sea en la universidad.
“Quiero dar clases de ética periodística. La columna vertebral de un buen periodista, además de saber contar historias, es tener ética porque siempre nos encontramos en circunstancias donde no sabés qué hacer y en el Periodismo, cuando estamos en una sociedad tan corrupta como Nicaragua, a veces la ética no es la prioridad. La prioridad periodística en Nicaragua, lamento decirlo, es subsistir y cuando como periodista tenés que subsistir, a veces la ética la tenés que poner a un lado, es un precio triste, pero necesario en algunos casos”.
“Por eso yo quiero dar clases de ética porque hay leyes fundamentales del periodismo sobre el conflicto de interés y creo que hay periodistas en Nicaragua que ni saben que existen, ni reconocen el conflicto de interés aunque lo tengan de frente y yo quisiera despertar conciencias de alguna manera y retomar normas éticas, valores básicos, para que cada periodista se pregunte, cuando llegue a esa encrucijada, qué es lo que debe hacer”, argumenta.
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“Al perder la humildad perdemos la empatía”
El tema del Periodismo apasiona a Tifani. Lo toma y no lo suelta. Habla de él con una seguridad que empieza en sus ojos y se enfatiza en su voz.
Remarca palabras como “ética”; elementos básicos del oficio como “llegar al fondo del asunto”, “siempre cuestionar”, “toda persona tiene una agenda”; y verdades concretas, pero muchas veces incomprensibles para una parte de la audiencia: “Los periodistas no estamos para botar gobiernos, pero tenemos la responsabilidad de reportar la verdad”, “no hay atajos en el Periodismo” y “los periodistas no estamos para ser amigos de nadie”.
Ante la consulta de si podría resumir sus 35 años de carrera en una frase, luego de un suspiro y un breve silencio, menciona una palabra: Perseverancia. Y también algo que la define como reportera: “Nunca hay que perder la humildad, cuando eso pasa perdemos la capacidad de ponernos en los zapatos de la otra persona y eso es esencial para ser periodista. Si yo viviera allá arriba donde están mis Emmy, perdería la capacidad de tener empatía. Hay que tener los pies sobre la tierra”.